
Sentía aprensión por casarme con Erisa, pero nunca dudé ni vacilé.
Estaba seguro de que era con ella con quien quería estar el resto de mi vida.
Y sin embargo, en medio de la pesadilla sin fin, mi tierna,
dulce prometida quedó expuesta al abuso de otras personas y cosas que no podían ser nombradas.
Grité con el corazón, pero no llegó a sus oídos.
Sólo podía verla hundirse en el mar del deseo,
su interior vaciado por el placer sexual y su cuerpo un recipiente para una existencia desconocida.
«¿Quién eres? ¡Sé que no eres ella!».
¿Qué secretos esconde esta isla?
¿Era misericordia divina o travesura del diablo?
No importaba cuántas veces tuviera que reiniciar y repetir,
me llevaría a Erisa lejos de este guión donde su muerte era un punto fijo…
Aléjate, aléjate, aléjate, aléjate, aléjate, aléjate, aléjate, aléjate-.
No importa lo difícil que sea, ¡rescataría a Erisa!